En una tranquila aldea matemática, vivían los números del 1 al 10. Cada número tenía su propia personalidad y forma de ser. Un día, decidieron organizar una fiesta para celebrar su diversidad y aprender unos de otros.
El número 1 era simple y modesto, siempre estaba solo. El número 2 era su mejor amigo y nunca quería estar separado. El número 3 era alegre y siempre estaba en busca de nuevas amistades. El número 4 era un cuadrado perfecto, siempre buscando equilibrio y estabilidad. El número 5 era inquieto y curioso, le encantaba explorar.
El número 6 era amigable y se llevaba bien con todos. El número 7 era misterioso y le gustaba estar en su propio mundo. El número 8 era ancho y estable, le daba seguridad a los demás. El número 9 era creativo y le gustaba encontrar patrones en todo. El número 10 era el líder del grupo, siempre tenía ideas brillantes.
En la fiesta, los números se mezclaron y combinaron de diferentes formas. Se dieron cuenta de que podían descomponerse en parejas o grupos más pequeños. El número 6 bailó con el número 4 para formar 10. El número 8 y el número 2 formaron una pareja estable. El número 7 y el número 3 se unieron para compartir historias misteriosas.
Al final de la fiesta, todos los números se dieron cuenta de que juntos eran capaces de formar una comunidad fuerte y armoniosa. Aprendieron que la descomposición no solo era útil en las matemáticas, sino que también reflejaba la belleza de la colaboración y la el compañerismo. Con corazones llenos de alegría y nuevos lazos de amistad, los números regresaron a sus hogares, sabiendo que siempre podrían contar los unos con los otros.
Autora: Ana Aured